Tengo un problema: necesito vivir en una película. Corrijo: QUIERO vivir en una película. Desde que soy chica sueño con tener un amor como el de Jack y Rose en Titanic (“if you jump I jump!”), o Fernán Mirás y Cecilia Dopazo en Tango feroz (adoro esa película). Me gusta seguir esas historias, que se me ponga la piel de gallina, sustituir imaginariamente a la protagonista por mí.
Quizás sea por esto que sigo soltera: tengo expectativas muy altas. Pero que no se confunda, no pretendo el prototipo de príncipe azul, un chico lindo, romántico, que regale flores y bombones y me trate como a una reina. No! Lo que quiero es la HISTORIA digna de una película. Soy capaz de conformarme con un príncipe gris, que sea feo y tenga mil defectos, siempre y cuando compartamos un guión al mejor estilo “The notebook” o “Muy parecido al amor”
Soy dramática. Sueño con una pelea abajo de la lluvia, una carta que llegue segundos antes de subirme a un avión y me haga quedarme, etc. Todo lo que esté por debajo de eso me es insuficiente. “Sí, es buen candidato, pero no hay química. No siento esas maripositas en la panza”. Mis amigas me odian cuando digo esto, creen que me auto boicoteo, que busco excusas y defectos para rechazar a todo aquel con potencial de novio.
Probablemente tengan razón. Sin embargo, yo me consuelo con pensar, al igual que Carrie, que “some people refuse to settle for anything less than butterflies”.