martes, 13 de septiembre de 2011
Las relaciones son complicadas, pero eso ya lo sabemos. Lo aprendimos la primera vez que nos dejaron, que nos metieron los cuernos, que nos plantaron o que experimentamos la angustia más profunda de un amor no correspondido. Lo aprendimos un viernes a la noche llorando en el taxi de vuelta, o un sábado comiendo bombones, mirando películas y llorando con amigas.
Nuestra generación corre con una desventaja particular a la hora de entablar relaciones, la necesidad absoluta de la inmediatez. Estamos tan mal acostumbrados a tener todo ya, que no logramos amigarnos con la paciencia y terminamos atropellados por nosotros mismos y enroscados en historias poco afortunadas.
Muchas veces la mente nos juega una mala pasada, nos engaña y va más rápido que los sentimientos. Nos hace creer que necesitamos algo con urgencia, cuando en realidad no estamos del todo preparados, sino que, de no ser por esta falsa creencia de ahora o nunca, podríamos esperar y dejar que las cosas se den a su debido tiempo. Pero el cerebro nos envía señales confusas y logra que empecemos a necesitar cosas que ni siquiera conocemos. Queremos. No sabemos bien qué ni cómo lo queremos, pero lo queremos ya.
Esa desesperación por la inmediatez nos genera una ansiedad que termina por opacar todos los placeres y sensaciones que debiéramos tener con los nuevos comienzos.
Cuántas veces me encontré hablando con mi mejor amiga como si yo estuviera enamorada del chico del momento, y hasta creyéndolo. Me pongo mal porque no me llama tanto como quiero, ni me presta toda la atención que creo necesitar. De alguna manera considero que tiene que actuar como si estuviera enamorado de mí, cuando en realidad recién nos estamos conociendo, y de actuar enamorado sin compartir suficiente tiempo, estaría medio loco y sería incoherente. De alguna manera mi cerebro interpreta que lo necesita, pero si lo llegara a recibir, lo percibiría como equivocado, perdería el interés y seguramente saldría corriendo.
Entre todas estas vueltas, a él, sin duda lo perdí en el camino. Es prácticamente imposible que alguien se sienta atraído por un razonamiento tan complicado.
Después de una charla con mi mejor amigo lo entendí. Es todo más simple. Si querés algo, lo tenés que salir a buscar. Si te gusta alguien, conquistalo. Generale ganas de más, empezá de a poco a conocerlo y saber qué le gusta y sorprendelo. Llamá cuando tengas ganas y no te ofendas si un día no puede verte. Date tiempo para probar y fijate si juntos la pasan bien. No esperes que actúe como si estuviera enamorado de vos al mes de conocerte y bajes los brazos si no lo conseguís. Que la ansiedad de querer todo ya no te juegue en contra.
No pienses que un planteo lo va a enamorar o definir, todo lo contrario. Cuanto más te apuren para decidirte por algo, menos ganas vas a tener de ese algo. O peor, podés tomar una decisión apresurada y después arrepentirte. Es preferible un mensajito sincero, con ganas que un gesto mucho más grande pero forzado por un ultimátum.
Lleva tiempo conocer a alguien, empezar a sentirse a gusto con su compañía, abrirse poco a poco y dejar que el otro encuentre un lugar en tu vida. Mucha gente se confunde al creer que una relación puede nacer de un planteo y se olvida de que lo que de verdad vale, son las ganas genuinas que pueda tener la otra persona de compartir. Disfrutá de las mariposas en la panza, pero controlalas, no queremos terremotos que arruinen buenas historias.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario