Hacía tres meses lo venía pensando. Nada en particular pero todo en general me hacía acordar a él. Él estaba ahí, trabado en mi pensamiento.
Desde esa tarde nunca supimos muy bien como enfrentarnos. El fantasma de esa última charla nos perseguía y no nos dejaba en paz. Desde abril no logramos mirarnos a los ojos. Podíamos estar bailando uno al lado del otro, pero de alguna manera lográbamos suprimirnos mentalmente de la escena.
Hace unos meses, estábamos todos en la misma reunión, cuando mis amigas se habían escapado a la cocina, para hablar de mi regalo de cumpleaños. Me cuentan que en pleno debate aparece él e interviene: “el otro día encontré en Internet unas toallas de nadadores que te secan en dos segundos, porqué no le regalan eso?”
Mis amigas lo miraron, tratando de entender qué era lo que quería decir: “es muy malo ese regalo, no entiendo porqué se te ocurrió eso.”
“Chicas, ella es fóbica a las toallas, solo las usa cuando está completamente empapada. Es un regalo muy original, que le simplificaría la vida y seguro ni sabe que existen”.
Una de mis amigas lo mira y en el medio de toda esa confusión le dice: “porqué no se lo regalás vos?”.
“Puede ser”, responde. “Pero se lo dejaría en portería para que no se entere nunca que fui yo”.
Me lo debo haber cruzado en diez reuniones/fiestas en los últimos siete meses y no dijimos ni una palabra. Pero la mente es traicionera y olvida fácil.
En el último tiempo el pacto de silencio me estaba matando hasta que, una noche que estaba con algunas copas de más y, mientras bailaba con mis amigas en un boliche, lo veo caminar solo, como buscando a alguien sin poder encontrarlo. En seguida le digo a una de mis amigas: “Me quiero parar al lado de él a ver si me habla.” Mi amiga se da vuelta, me mira fijo casi juzgándome con la mirada y me reta: “Qué maduro de tu parte. A vos te parece hacer eso?, es jugar con fuegos, mejor sigamos bailando!”.
En el fondo yo sabía que tenía razón, que acercándome como una nena de doce años no ganaba nada. Que era mejor seguir bailando y mantener la distancia que veníamos teniendo.
Pero al otro día me lo volví a encontrar en un cumpleaños. Mis amigas y yo entramos al lugar y mis ojos se dirigieron directamente a él. Fue como un movimiento-reflejo completamente involuntario, inevitable, casi como un estornudo.
Me acerqué, y con una sonrisa que me salió bien desde adentro le dije: “En una semana te recibís!”.
Me miró sin saber muy bien qué hacer y me respondió: “Si todo sale bien, sí, me recibo. Y lo más gracioso es creo que rindo la última el mismo día que te recibiste vos, espero que esa fecha me de suerte. Querés ir a la barra a tomar algo?”
Tuvimos una charla tan cuerda que no parecíamos nosotros. Si nos veía de afuera no lo creía. Charlamos de su último año, de su nueva casa, de sus proyectos, de sus ganas de viajar, de mis clases y mi trabajo, de nuestros miedos y me contó que su papá, que siempre lo vivía desacreditando, lo dejó diseñar una parte de su casa de vacaciones.
En el medio de la conversación se frenó, y mordiéndose el costado de su labio de abajo me dijo: “No puedo creer lo mal que manejé las cosas. Perdoname, en serio. Muchas noches no puedo dormir, me quedo dando vueltas en la cama y me siento re culpable por como te traté y por las cosas que te dije. No estuve bien, y lo se. No sabés lo mal que me siento, fui un boludo.”
Yo sabía que esas disculpas eran completamente genuinas. Le dije que lo entendía, y que creía que cada uno hace lo que puede. Que me había lastimado, pero que no le guardaba ningún tipo de rencor. Al fin y al cabo nadie es perfecto, y a nosotros nos pasó la vida con una seguidilla de bad timings.
Me volvió a mirar como me mira siempre, con cara de niño tímido enamorado que no sabe qué hacer o decir. Me volvió a mirar como me mira siempre, menos esa tarde de abril que me dejó llorando y se fue.
Me abrazó fuerte, ahí en frente de todos nuestros amigos que miraban confundidos. Me abrazó y en ese momento no nos importó nada. Yo en seguida tomé distancia física, porqué a pesar de mirarme como me mira, él sigue de novio y yo en el fondo se, que con él, nunca vamos a volver a tener un “nosotros”.
Los días siguientes no fueron fáciles. Todo lo que aprendí en mi vida sobre relaciones, lo tuve que desaprender en un abrir y cerrar de ojos. No alcanza con el cariño que puedan tenerse dos personas. Ni siquiera alcanza con tener piel. No importa que sean opuestamente complementarias, ni que se conozcan desde el pelo hasta la punta de los pies. Su cara de enamorado no significa nada. Son intrascendentes mis ganas de darle un beso, aunque sepa que si lo busco, corro el riesgo de encontrarlo. Porque en el fondo no nos queremos encontrar.
Me llevó tres semanas volver a recordar porqué lo dejé en un primer momento y me llevó una semana más entender porqué, después de mucho tiempo, él no quiso volver.
Él no es para mi, eso ya lo se. Yo no soy para él, y lo sabe. Aaaaaaay pero que ganas de volver a ese fin de semana de octubre en Mar del Plata, cuando se animó a darme un beso y todo esto empezó.
Ted me da un poco de bronca! pero quiero saber porqué lo dejaste vos en un principio! eso define muchas cosas, no¡?
ResponderEliminarque sigan las historias!!! no dejes de escribir!!!