Agustín: masculino enamoradizo altamente obsesivo que necesita tener el control absoluto sobre tu vida, y especialmente de tu teléfono, a los cinco minutos de haberte conocido.
Todas sufrimos, al menos una vez en la vida, a un “Agustín”.
La primera en padecerlo fue dañina, y por él bautizamos a este tipo de hombre.
Yo conocí al mio durante el último período de finales de la Universidad y tardé en sacarle la ficha un poco más de un mes.
Estaba en la despedida de mi mejor amiga cuando mi “Agustín” me ficha mientras estaba bailando con una copa en la mano izquierda. Desde que me vio se paro al lado mio y no paró hasta robarme un beso y mi teléfono.
Al otro día me llamó y me invitó a salir. Fuimos a tomar algo a Palermo. Una salida de verano muy relajada.
Salimos tres o cuatro veces más, entre viajes de uno y de otro, seguidos por mensajes, mails y llamados.
Todo parecía genial. Hasta que…
Hasta que llegó febrero junto con mis últimos finales de la carrera. Un estrés particular mezclado con nervios, ansiedades y un exceso de responsabilidad. Esos tres exámenes eran los protagonistas de mi vida y se llevaban toda mi atención.
Mi "Agustín" era el mejor promedio de ingeniería del ITBA, así que supuse que iba a entender. Pero no. Algo hizo click en su cabeza y todo cambió.
Yo estaba estudiando con mis compañeras de facultad, cuando me suena el teléfono. Era él. Lo atiendo y empezamos a hablar. A los 10 minutos intento cortar la charla porque todos los tiempos de nuestro día de estudio estaban fríamente calculados, sin lograrlo con éxito.
Cuarenta minutos después, ya un poco molesta, logro cortar el teléfono. Tres horas después vuelve a llamar. Decido no atender. Vuelve a llamar 3 veces más y me manda un sms: “Te acabo de llamar!”.
Cuando vuelvo a casa, antes de irme a dormir respondo su llamado, él estaba molesto porque no había atendido. Estuve otros cuarenta minutos discutiendo, tratando de que entendiera que estaba estudiando, que no quería interrumpir ni desconcentrar a mis amigas, que no se preocupara que yo lo iba a llamar a la noche cuando terminara mi día de estudio.
Pero no entendió. Al otro día volvió a llamar a las tres de la tarde. No atendí. Llamó tres veces más, seguidas por un sms: “Te acabo de llamar tres veces.” Toda esa tarde siguió llamando.
Supuse que el llamado de esa noche iba a ser muy largo y tedioso, y así fue. Que cómo no lo había atendido, que él quería hablar una vez a la tarde y una vez a la noche. Que no entendía como no podía parar cuarenta minutos para hablar con él y que quería verme esa noche. Le dije que estaba cansada, que al otro día tenía que madrugar porque rendía en dos días. Pero claro, se enojó como si me estuviera yendo a una orgía. Corté completamente molesta y sin ganas de más.
Esos quince días fueron parecidos, pero mi paciencia se estaba agotando. Estaba estudiando todo el día, y lo que debía ser mi tiempo libre y mi espacio lúdico, él lo terminaba haciendo una pesadilla.
La noche antes de rendir mi última materia me llama y me invita a salir. A quién se le puede ocurrir invitarme a salir la noche antes de mi última materia? Cuando empezó a discutir opté por hacerla corta. Ya me había terminado de convencer, un día más y lo asesinaba.
Llegó el día de mi último final. La emoción ocupaba mi cara, mi mente y mi alma. Entre huevos, harina, abrazos, sidra, salsa de soja y papeles de colores, mi teléfono no paró de sonar. Diecisiete llamadas perdidas suyas.
Cuando finalmente atiendo, con ganas de decir: “No soy yo sos vos, perdón, pero estás re pirado”, él me ganó de mano, y no me dejó hablar. No me felicitó, no me preguntó cómo me fue. Me empezó a gritar y a plantear porqué no lo había atendido!
No quedaban dudas, era un completo y total "Agustín" y como tal, mejor tenerlo lejos, bien lejos.