miércoles, 19 de enero de 2011

NEW OLD FASHION

En estas vacaciones mis amigas me enseñaron a meditar. Si, a MEDITAR.

En las largas charlas de playa, entre mate y galletitas me contaron lo bien que se sentían meditando. La tranquilidad renovadora que llegaban a experimentar con algo tan simple como sentarse y descansar la mente por unos minutos me pareció algo completamente tentador.

Y probé. Claramente no tengo la menor idea qué hacer con la respiración, seguramente me siento de una forma poco recomendable y el silencio todavía me sigue causando un poco de gracia. Pero me encanta la idea de poder callar las voces incansables de mi mente.

Volví de mi viaje y, toda contenta, les conté a mis viejos sobre mi nueva meta: “papá, mamá, quiero aprender a meditar.”

Mi mamá con un tono completamente escéptico y un tanto cínico se rió y me dijo: “vos piraste!” Pero mi viejo, en cambio, permaneció en silencio. Cuando mi mamá se levanta de la mesa, mi viejo, un tanto avergonzado me confesó que él también meditaba cuando era joven y hasta tenía un gurú. Me advirtió que se podía tornar adictivo y dejar de ser funcional, pero que era una muy buena experiencia.

La idea de que mi papá haya sido un ser tan copado como para meditar y tener un gurú se roba todas mis sonrisas y logra ganarse un poco más mi respeto. Pero me deja pensando una sola cosa: si mi viejo era joven en los 70 y le encantaba meditar, y tenía un gurú, y era re copado… fumaba porro?

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