martes, 28 de junio de 2011

ALIENA VITIA IN OCULIS HABEMUS, A TERGO NOSTRA SUNT


Mi profesor de latín, citando a Seneca, una vez nos enseñó: "Aliena vitia in oculis habemus, a tergo nostra sunt", tenemos en frente de nuestros ojos los vicios de los demás, mientras que los nuestros están detrás.

Hoy, cuando mi mejor amigo me lloraba por otra relación que se rompió, podía ver objetivamente los errores que cometió. Podía marcarlos, argumentar cinco razones por las cuales se había equivocado, y hasta indicarle cuál era el camino correcto para lograr su objetivo en cada una de las diferentes situaciones.

Desde afuera todo es más simple. Mientras él me hablaba yo le hacía de espejo, tratando de explicarle lo que podía deducir y entender entre líneas. Él me escuchaba, frenaba por unos segundos y en seguida podía identificarse con lo que le estaba diciendo. "Si. Eso es exactamente lo que me pasa, pero en el momento no lo podía terminar de entender, no lo veía así, y ella seguramente tampoco". Claro que no, en general nadie puede. De cerca todo se ve borroso.

La vida sería más fácil si pudiéramos ver nuestros problemas con los ojos de un mero espectador, desligándonos de la subjetividad que nos traba y viendo un poco más allá de nuestros sentimientos. De ser así no existirían las equivocaciones, pero con ellas se extinguirían los aprendizajes, las reconciliaciones y las experiencias. Se fundirían todos los psicólogos, los puestitos de flores y las chocolaterías. Nadie pediría perdón, no existiría el arrepentimiento y los amigos perderían la razón de ser.

Los seres humanos funcionábamos de esa manera en la época de Seneca, y parece que los años no lograron erradicar esas conductas, porque se mantienen completamente intactas a lo largo de nuestras vidas. Los vicios de los demás nos resultan evidentes, pero, para identificar los propios, necesitamos la infaltable mano amiga, un consejo y algún que otro empujón.

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