miércoles, 1 de junio de 2011

DARK AND TWISTED

Estábamos almorzando con un amigo y me cuenta que, después de salir ocho meses con su chica ella le dijo que era momento de tomar una decisión. Había llegado la hora del ultimátum. Dar un paso más y se ponerse de novios, o bien, terminar la relación.

Él no lo dudó. Estaba listo para dar el siguiente paso.

De eso se trata la vida, no? Químicamente estamos preparados para ir superando etapas. Tanto en el amor, en la familia, como en las amistades o en cualquier tipo de relación, llega un momento en el que necesitamos un cambio.

Después de pasar una determinada cantidad de tiempo haciendo algo, tenemos una necesidad imperante de avanzar, y pasar a la siguiente etapa. Eso es perfectamente normal, por eso, en ese momento, el ultimátum me pareció coherente y hasta esperable.

Una vez que mi amigo le dijo que si, que tenía ganas de ponerle nombre a la relación, que el no estaba con nadie más y que la quería más de lo que había planeado, ella empezó a responder con evasivas.

Que sentía que lo estaba presionando, que no quería que el quisiera estar de novio solo porque ella lo había propuesto, que necesitaba un tiempo para pensar y que estaba confundida.

Cuando mi amigo me cuenta esa conversación, no puede evitar preguntarle con la mejor cara que pude poner en el momento: “che… no habrá otro?”

El me lo negó, como si lo que pensara fuera una verdad incuestionable e indiscutible. Según él, eso era imposible. No había otro, simplemente ella necesitaba tiempo.

Como lo noté tan seguro, no dije nada.

Las semanas empezaron a pasar lentas para mi amigo. Ella estaba cada vez más alejada y el no podía llegar a comprender qué estaba pasando, qué había cambiado. La angustia no tardó en aparecer, y vino seguida por la desesperación de sentir que, de un momento a otro, pasó a estar solo, extrañando y sin saber qué hacer.

No habían cortado, pero ella aparecía cuando quería. Siempre estaba ocupada, estudiando, trabajando y excusándose por los desencuentros.

Yo volví a preguntar: “che… en serio estás seguro que no hay otro?” “Segurísimo!”, respondió.

Un mes y medio después, cuatro salidas, dos relaciones medianamente aceptables entre copas y varios intentos de mi amigo para recuperarla, ella le dijo de juntarse para hablar.

Mi amigo me llama en el medio de la salida, mientras ella estaba en el baño. No podía hablar, es como si hubiera perdido los reflejos. No lloraba pero al mismo tiempo no podía creer lo que había escuchado.
“Todo este tiempo estuvo saliendo con Martín”,
“Con Martín, Martín? Tu Martín?”
“Si, se acostó con los dos todo este tiempo”.

Como detesto estar en lo cierto. Como me hubiese gustado equivocarme esta vez y que no me dieran la razón. Me hubiese encantado que me probara que estoy equivocada y que no tengo que ser tan desconfiada.

1 comentario:

  1. Lamentablemente a medida que nos pasan estas cosas somos mas desconfiados. Espero que lo hayas mandado bien a la mierda a tu martin

    ResponderEliminar