martes, 29 de junio de 2010

EL ARTE DE DORMIR DE A DOS


“Me enseñaste muchas cosas de la cama
que es mejor cuando se ama
Y que es también para dormir”


Una cama, dos personas. Tan difícil de encajar.

Yo tengo calor, el tiene frío. Me destapo, lo destapo. Se levanta, me ve destapada y me tapa. Me vuelvo a destapar.

Me abraza, no me quiere molestar, pero se le duerme el brazo. Lo saca lento. Yo ni me doy cuenta.

Él no puede dormir con luz, a mi me da igual. Se levanta dos o tres veces a la noche, para tomar agua, para ir al baño, para bajar la persiana. Yo ni me entero.
Me acusa de ocupar toda la cama, pero yo sostengo fervientemente que es toda culpa suya. Cuando me abraza me lleva lento para su lado y después me quedo ahí, quieta.

Ronca dos o tres veces por noche, pero ya se como hacer para que pare. Lo toco muy despacio con alguna parte de mi cuerpo, o me muevo lento, y él para en seguida, como si a pesar de estar dormido pudiera entender perfectamente lo que me pasa.

Yo pensé que me iba a costar acostumbrarme a dormir de a dos, pero tengo que confesar que él me la hace fácil. Definitivamente me mal acostumbró. Ahora cuando duermo sola en mi casa lo extraño, porque con él, honestamente, duermo mil veces mejor.
Y... definitivamente mis preferidas son la A y la F, mechada con un poco de H.

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