lunes, 4 de abril de 2011

HISTERIAS DE OFICINA

Por la oficina pasa gente, mucha gente. Un promedio de 30 personas por día vienen a contarnos sus problemas, sus conflictos y, en consecuencia, un poco de su vida. Algunos se sienten lo suficientemente cómodos para hablarnos durante horas y volver, pero otros simplemente vienen, firman, hacen lo que tienen que hacer y se van.

Hace algunas semanas llamó una clienta para confirmarme los nombres de cuatro personas que tenían que venir a firmar un contrato a la oficina. Al final de la charla me dice riéndose: “Mira que el chico que te mando es muy lindo, es piloto, tiene 30 años y está SOLTERO!”. Yo me río educadamente, y por las dudas, me fui a retocar un poco al baño. Uno nunca sabe…

Dicho y hecho. Ese día conocí al piloto. Alto, rubio, uno de esos hombres que llaman verdaderamente la atención. Coqueteó un poco y fue uno de esos que se sintió lo suficientemente cómodo como para quedarse hablando un rato.

Horas después llama otra mujer afirmando que su hijo, quién tenía que venir a retirar unos documentos, era también, muy lindo. Me lo estaba regalando con moño. El abogado, de 25 años, que le faltaban dos materias para terminar su carrera vino a la oficina a última hora. Yo estaba contando los segundos para salir corriendo y terminar el día, pero nos quedamos hablando de la facultad, la vida, las materias, profesores y demás por 45 minutos. Se tornó todo demasiado evidente, y después de las miradas cómplices de la gente que quedaba en la oficina, me avergoncé y no tuve más remedio que despacharlo.

En ese momento quedaban dos clientes por atender. Los dos tenían alrededor de 60 años. Uno de ellos se me acerca al escritorio y muy directamente me dice: “Mañana te voy a mandar a mi hijo soltero para que te traiga los papeles que faltan. Así lo conocés.” Yo me río por lo absurda que se había vuelto la situación. Esto había dejado de ser una oficina y empezaba a parecer un boliche, o un servicio de citas.

Por si fuera poco, el cliente que quedaba, escucha por encima lo que me decía este señor y agrega: “Yo también tengo un hijo varón, de 28 años. Le voy a decir que venga.” Me río ya, un tanto confundida, y respondo: “bueno, si es así tendré que empezar a venir más arreglada a la oficina.” Los dos hombres se ríen y se van.

Al otro día vuelve el señor de 60 años con su hijo, un morocho de 29 años, alto y que por casualidad fue al mismo colegio que yo, pero se recibió varios años antes. Tan evidentes eran las intensiones del señor, que no pudimos evitar empezarnos a reír, y al pobre pibe no le quedó otra que acercarse para hablar.

Desde ese día, Pedro viene dos o tres veces por semana con alguna excusa a la oficina, manda mensajes diariamente para “chequear que todo esté en orden” y de paso, me desea un lindo día y me pregunta cómo estoy.

Pedro tardó un mes, 9 venidas a la oficina y 15 mensajes para invitarme a salir.

Nada mal para el horario de oficina, no?

1 comentario: