AND I'LL LET GOOD ENOUGH
BE GOOD ENOUGH.
HOY ES EL DÍA DE LA PUTEADA.
Porque estudié como nunca en mi vida, pero cuando dijeron mi nombre, me quedé muda... y no me presenté.
Ahora toca encierro prolongado hasta febrero. Nice.
ES HORA DE QUE LO SEPAN.
A NOSOTRAS NO NOS CALIENTA VER A UN STRIPPER DESNUDARSE MIENTRAS BAILA Y NOS MUESTRA TODO...
PERO SI VEMOS UN PAPÁ DE TREINTA Y TANTOS EN UNA PLAZA JUGANDO CON SU HIJA, PODEMOS MORIR DE AMOR EN UN SEGUNDO AHOGADAS EN NUESTRO PROPIO CHARCHO DE BABA.
Nos conocíamos desde chicos. Toda una vida fuimos compañeros de clase y nunca nos llamamos demasiado la atención. Tres años después de terminar el colegio, nos reencontramos de casualidad en una escapada de fin de semana en la costa. Siempre fuimos dos personas completamente opuestas, pero de una manera u otra, pudimos hacer que todo funcione increíblemente bien. Nosotros somos la prueba de que los opuestos, definitivamente se atraen.
Volvimos del viaje y decidió invitarme a hacer algo que a él le venía tentando hacía un tiempo.
Me pasó a buscar a eso de las 11 30 y me llevó a Paseo La Plaza. Que raro tan tarde!, Pensé.
Entramos a una de las salas y me empezó a contar un poco de qué se trataba. Él estudia arquitectura y se pasa noches enteras sin dormir, diseñando, haciendo maquetas y cosas por el estilo, y un tiempo atrás había empezado a escuchar un programa de radio que lo acompañaba, lo mantenía despierto y entretenido durante las noches de trabajo. Me llevó a ver el programa de Dolina.
Fue una salida absolutamente genial, simple, divertida y fuera de lo común. Yo no conocía el programa pero no paré de reírme ni un segundo. Él entendía, igual que yo, que la risa era un elemento esencial a la hora de compartir. Y eso fue lo que hicimos. Nos reímos cada segundo que pasamos juntos.
No necesitó algo caro, extravagante ni rebuscado para empezar a conquistarme. Fue suficiente compartirme un poquito de su vida para generarme ganas de más. Desde la primera salida lo supo, a mi me entran por la risa.
No se si era él, la situación o lo que estabamos haciendo, pero en ese momento lo miré, le di la mano y fui completamente feliz.
Porque fue sin duda la más divertida, esta salida se lleva el puesto número dos.
La salida que voy a contar a continuación, entra definitivamente en ésta categoría porque, a parte de haber sido una buena primera cita, fue completamente bizarra, y eso tiene doble mérito.
No nos conocíamos mucho, pero cuando me invitó a salir no lo dudé y dije que si.
A eso de las 8 de un jueves me pasa a buscar por mi casa. Empezamos a charlar sonrientes y un tanto incómodos en el auto, típico de una primera cita.
De repente veo que entra en el Rosedal, frena el auto y se baja. Lo miro un tanto confundida sin saber qué estaba a punto de pasar. Me dice: "ahora te toca manejar a vos! Dale, tenés que aprender alguna vez!".
Yo estaba pálida de miedo. En una primera cita chocar el auto del masculino queda un poco mal, no? Insiste tanto que no pude decir que no. No tenía escapatoria. Respiré hondo y me senté en el asiento del conductor esperando lo mejor y rezando y puteando en voz baja.
Y traté. Hice lo que pude. Convengamos que era un auto automático y no se necesitaba demasiada destreza para manejarlo, pero mi pánico al volante me estaba jugando en contra. Todo venía mas o menos bien, hasta que se cruza un travesti y casi casi que lo piso. Él es de esas personas que viven en un estado de serenidad absoluta, pero en ese momento pude ver como sus ojos saltaban de miedo al ver lo que se estaba jugando por una minita. En seguida cambiamos de lugar y seguimos con la cita, haciendo de cuenta que no había pasado nada.
Después de la clase frustrada de manejo, fuimos a caminar por Puerto Madero, charlamos un poco y entramos al Hilton. No fuimos a tomar algo, no fuimos a la habitación. Solo caminamos por los pasillos, y nos dimos besos por ahí.
Cuando estábamos bajando, pudimos ver que había un evento en uno de los salones. Me agarró la mano y sin ninguna inhibición me obligó a entrar. Nos terminamos colando en un congreso de medicina en el que nos hicimos pasar por invitados. Comimos y tomamos vino mientras charlábamos de la vida y nos presentábamos. Nadie se dio cuenta que no teníamos nada que ver.
La salida terminó con un beso en la puerta de mi casa y con una buena sonrisa después de una noche divertida. Pobre de mi, no sabía la que me esperaba. Pero estaba a la vista... ese masculino era sinónimo de problema.
Esa fue la noche en que rompí dos estructuras: mi miedo al manejo, y mi miedo a lo desconocido y lo nuevo.